Historias de Leny – Capítulo 1: El pistolero

UN DOMINGO CUALQUIERA

Era un domingo más, uno como otro cualquiera. Me encontraba en el sofá de mi casa, tirado, leyendo la edición de Mayo de la revista ‘Tribuna de astronomía y universo’, en concreto ojeaba un artículo sobre los últimos descubrimientos de la conocida radiación de fondo de microondas. De repente, desconociendo el impulso animal que me llevó a ello, arrojé a un lado la revista y de un salto alcancé el equipo de música para poner a toda hostia a los ‘Red Hot Chili Peppers’, estaba hasta los huevos de los ‘ruiditos de fondo’ de los vecinos de arriba. ¡Coño, no podía concentrarme en la lectura de algo tan trascendental!

Así que me animé a picar unos frutos secos para pasar el chorro de ginebra que había mezclado con un poco de tónica. También pensé en liarme un peta para relajarme del todo, pero aún sufría las secuelas de mi reciente faringitis y prefería reservarme para mi cumple que vendría en breve. 

Mientras seleccionaba los anacardos de entre las almendras y las pipas de girasol, sonaba ahora ‘Under the bridge’, aún me debanaba los sesos con los notables fenómenos causados por la Gran Explosión, el Big Bang, como se conoce en el argot científico. Mi mente era incapaz de relacionar hechos causa-efecto como el producido por unas pequeñísimas irregularidades (llamadas anisotropías) en la distribución de la materia y, sobre todo, en su temperatura unos trescientos mil años después del Big Bang, ello había concluído en el universo tal y como ahora lo observamos, en la vida que vivimos y en todas las vidas transcurridas por cada uno de los seres que han existido, existen y existirán… (si Bush nos permite) 

¡Jooodeeer! Y eso que había aguado la ginebra con un chorrito de tónica y de la china … ni olerla.

Regresé a mis kikos y anacardos y me dispuse a poner la radio en busca de los partidos de la jornada, de todos modos nada cambiaría este Domingo tan estereotipado – eso pensé-. Mediaban varios meses en situación idéntica, mi novia, Maika, se preparaba para unas oposiciones de Educadora Infantil, curraba y estudiaba a partes iguales y, claro, los findes había que aprovecharlos … para estudiar. Nos veíamos a la hora del aperitivo y después de una copiosa y exquisita comida en su casa con su familia (lo mejor del día) ella regresaba a sus estudios y yo retornaba a mi refugio, al hogar que me había fabricado a medida de mis gustos, tal y como un bebé placía en el útero maternal. 

Dos años habían transcurrido desde que declaré a mis viejos mi independencia, ya era hora después de treinta y tres tacos, me había marchado a un pueblo lejos de la ciudad y cerca de mi novia. El piso era amplio y comfortable, más de lo que podría haber deseado la mayoría de la gente de mi edad. Un habitáculo con salón amplio, terracita, tres dormitorios, cocina y dos cuartos de baño, todo para mí solo- tenía gran variedad de lugares donde follar, aunque el que más morbo me daba era en la habitación de los trastos, sobre una tabla de abdominales … 

Maika, me acusaba de egoísta ya que, según ella, su encierro estudiantil era mi excusa perfecta para disfrutar de mi soledad y aislamiento. Todas las comodidades de un soltero de treinta y tantos, con la electrónica de élite, una buena tele, dvd, adsl, canales por cable, mucha birra fría en la nevera, o sea, todo lo que un hombre necesita para las tardes de los Domingos. Sin embargo, ese día estaba conmovido por el ‘fondo cósmico de microondas’, ¡joder! Resulta que existían lugares en el espacio con tan sólo tres grados Kelvin ¡casi -273ºC! Incluso, se había conseguido en laboratorio alcanzar tan sólo una pequeñísima fracción por encima de este cero absoluto, unas dos billonésimas de grado Kelvin ¡la hostia! A los tíos les habían dado el premio Nobel de física en el 2001, aunque ese hito tan sólo fue un paso para lograr el experimento que a Cornell y Wieman les había llevado al más prestigioso de los galardones de las Ciencias. Y mientras yo aquí, un Domingo con mis anacardos, escuchando el ‘Carrousel Deportivo’. 

Un nuevo impulso en esta ocasión me llevó hasta el garaje con todos los cachibaches de motero, dispuesto a subir a mi jaca, una tetracilíndrica de casi 100 caballos. Me puse a cabalgar con el gas a fondo por las asoladas carreteras, Brrrrrrr.

1 comentario en “Historias de Leny – Capítulo 1: El pistolero

Deja un comentario